12 campanadas

hacen un reloj

Diario de una Travesía

p  o   r       J.   E.   F  r   a   n   c   o 

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12 campanadas

hacen un reloj

J.E. Franco

Editorial Pachuco

Octubre 2OO9

Pachuca de Soto, Hidalgo

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Edición Limitada de Postales de Colección

Conmemorando el lanzamiento del libro, se han puesto a la venta 16 postales

edición especial,

con fotografías de los lugares que inspiraron los relatos que integran 12 campanadas...

Dicha serie de postales se vende como un paquete independiente al libro, o se obtiene gratis en la compra de los dos libros:

- Viento, Letras & Delirio

y

- 12 campanadas hacen un reloj

Pregunta por esta promoción durante las presentaciones marcadas en calendario

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Bitácora de autor

e historias que dieron forma al concepto del libro, por J.E.Franco

 

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Continuará...

 

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Capítulo IX

Calnali

Matices de un olor de tierra es un relato mágico -y extremadamente personal- que no estaba seguro de incluir en las historias de este libro.

Fue de los últimos textos que esbocé antes de armar el primer borrador de 12 campanadas. La historia es por completo real, y todos -absolutamente todos- los elementos presentes en el relato están basados en la experiencia personal que viví con mi amigo Cristian Emmanuelle en un viaje a la localidad de Calnali.

Es extraño hoy -a varios años de distancia- hablar de esta experiencia. Aún mientras escribo estas líneas outside al relato original, existen muchas circunstancias que no hallan explicación a la lógica. Durante este viaje conocí, de igual manera, la sutileza y belleza extrema de Xilitla, y esas espectaculares obras maestras de Edward James.    

 

La amistad establecida con Cristian ha sido un ir y devenir en mi vida. Hoy en día, la amistad perdura, y agradezco a Dios ese contacto cuasi-constante con él, con su visión y con el universo que él mismo representa y el valor que su contacto humano tiene para mí.

 

Hablar con él me tomó sólo una ocasión -y un par de minutos-. Entre él y yo se dio una ráfaga de confianza que nunca antes había experimentado, y que estoy seguro no volveré a experimentar jamás.

Sin siquiera conocerme, me invitó a visitar su lugar de origen -un sitio ubicado en tierras lejas y desconocidas para mí-, ofreciéndome su hogar como posada, y a su familia como hermoso calor humano y anfitrión. El resto se dio de manera inimaginable.

 

Conocer Calnali es un evento que se encuentra coronando mi lista de vivencias que han trastocado y cambiado mi vida para siempre.  

 

Mi amigo y hermano Cristian Emmanuelle me llevó a conocer infinidad de lugares [Cascada de Chahuaco -en la fotografía-], todos ellos sirvieron como escenarios para sus propias vivencias personales, que fueron tomadas literalmente para la construcción del relato y del personaje protagonista. La técnica fue la narración en tercera persona, precisamente mi postura para describir su presencia en mi vida.  

La nota al pie de la anécdota

 

Pero comencemos por el principio.

Las tres horas y fracción que nos tomó llegar a Calnali sirvieron para confirmar mi aversión a los viajes largos y desconocidos. Mi amigo se esforzó por hacer la travesía cómoda, relajada y amena. La charla y la Música presente durante el viaje es algo que jamás dejaré de agradecerle [fanático de U2, Sting y banda sonora de películas diversas, Cristian es, en varios sentidos, un hermano para mí]. Durante este tiempo admiré por vez primera espectaculares vistas naturales que nunca imaginé, ni en los más desvariados arrebatos de mi imaginación.

 

La visita a Calnali se encuentra detalladamente descrita en la historia original presente en el libro. No hay mucho que pueda agregar al respecto, ya que la vivencia fue un cuadro al óleo que únicamente traspasé cuidadosamente al papel, convirtiéndolo en una experiencia literaria y narrativa. Todos -absolutamente todos los detalles- se hallan ahí. Opté por la descripción física y desarrollo narrativo realista para esbozar mi experiencia personal al conocer este sitio hermoso.

 

Lo que sucedió tras bambalinas se encuentra fielmente retratado en el epílogo del libro: Posterior al paso de 12 horas.

La energía de Xilitla, me llevó al colapso completo de mi cuerpo, de mi mente, y de mi espíritu. Minutos después de concluir el recorrido del sitio, mi cuerpo enfermó de manera vertiginosa, lo que me llevó a estar en cama los dos días siguientes a la visita.

Tengo una vaga idea de lo que considero que ocurrió: la energía y la Belleza del sitio invadió y derrumbó mi cuerpo por completo. Hubo un momento, escasos minutos donde permanecí sentado, en silencio, admirando esas vistas naturales sublimes, que trastocaron mis pupilas para siempre. Por un breve instante, tuve una visión magnífica de toda la belleza presente en el contexto -natural, artístico, arquitectónico y metafísico-, como una curiosa y extraña revelación, que sé que nunca más volverá a repetirse en una vida entera.

Mi amigo estuvo conmigo en todo momento, lo cual agradezco infinitamente. Su cariño y su apoyo fue algo indescriptible para mí. La historia está dedicada a él.

 

Calnali y Xilitla han sido dos de los espacios con mayor grado de espiritualidad que he conocido hasta el momento, lo cual considero irónico porque no se trata de sitios conventuales o religiosos, sino de dos lugares donde la presencia de la Naturaleza es -para mí- una manifestación directa de la existencia de Dios.

El momento justo donde contemplo la enigmática y sublime Belleza de Xilitla. A partir de este momento, comenzaría la serie de eventos que me llevaron a una reflexión profunda de mi vida, que derivaría en gran medida en la génesis de 12 campanadas hacen un reloj.

La nota al pie de la anécdota

 

Calnali me brindó la inspiración y la fuerza necesarias para concluir el proyecto de 12 campanadas. Durante la presentación -meses después de su visita- yo presentaba el libro, estando presente en esa ocasión mi amigo y hermano Cristian. Su cercanía, y su reacción frente a las palabras y el bloque dedicado a su pueblo [sensación que me confió tiempo después] fue algo que simplemente yo no me esperaba. Durante ese periodo hubo entre él y yo un distanciamiento que -en lo personal- fue un hecho doloroso en mi vida.

 

Actualmente aún continúo teniendo contacto con él. Hace mucho que nuestras vidas tomaron cursos y direcciones distintos, pero en contadas ocasiones lo he visto y charlado con él [nuestros encuentros y pláticas de amigos son contados y cortos, más nunca carentes de sinceridad, cariño y calidez/calidad humana]. Ha comenzado un periodo de crecimiento espiritual, que le llevará por caminos grandiosos, para cumplir nuevas y geniales metas.

 

Cristian es amante de la Pintura. Durante un periodo de su vida se dedicó a pintar -tal y como lo narra el relato del libro-.

Tuve oportunidad de admirar la obra que realizó durante  esta faceta. Espero que algún día retome esta actividad.

El acercamiento a la pintura que él compartió conmigo, fue uno de los puntos clave que terminó de dar forma al relato `Del Xacbé al Xibalbá´, donde intenté una narrativa -experimental por completo- mucho más visual y gráfica, con un concepto metafísico del tiempo y del espacio, producto de mi propia experiencia, re-lectura de su obra pictórica.

La nota al pie de la anécdota

 

Calnali representó más que una simple visita. Es uno de esos sitios que atravesaron limpiamente el corazón, y en donde me siento profundamente sereno, contento y pleno, conmigo mismo y con la vida que me rodea. Estoy agradecido por todo lo que implicó -y aún hoy implica en mi vida-.

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Capítulo VIII

Pachuca de Soto

La historia de Tres garzas fue un homenaje a mi ciudad natal, sitio en donde he radicado durante toda mi vida y que he mirado crecer al lento paso de los años. El primer libro, V, L & D, fue en muchos sentidos, un homenaje entero a mi ciudad, pero ahora deseaba imprimir un sello diferente, y más serio.

Desde el principio deseaba crear un relato que no se centrara en el desarrollo urbano vertiginoso que ha caracterizado a Pachuca en los últimos quince años. Deseaba preservar esa esencia de pueblo, sitio con olor a provincia, que en muchos aspectos hoy ha perdido.

Era un reto enorme -lo supe desde el principio-, y deseaba a la vez que no fuera una historia que se basara en los elementos históricos originarios de la región. La minería -por ejemplo- ya había sido explotaba en el relato propio de Real del Monte.

Armar la historia requirió de mucho cuidado. Pero sobre todo, de suma paciencia.

La figura de mi abuelo, padre de mi padre, fue el elemento rector que sirvió de catalizador de la historia. Todo lo que yo deseaba compartir en torno a Pachuca estaba reflejado, de alguna manera, en el relato de vida de él. Haber llegado de un estado diferente. La sensación de no pertenencia al lugar. Trabajar desde cero para forjar una familia, una historia de vida que trascendiera en espacio y tiempo…

Era complicado que yo -un citadino de toda la vida- hablara de aquellos sentimientos de arraigo y amor por un pueblo que jamás había conocido. Desde que tengo memoria, siempre he visualizado a Pachuca como una ciudad, más nunca como un sitio de origen minero, o rural. Mi tiempo ha sido por completo diferente.

Fue de esta manera que surge la idea de contraponer dos ideas contradictorias. Dos puntos de vista por completo opuestos y diferentes entre sí. Así podría ser posible conocer a la ciudad como un sitio que ha cambiado y evolucionado de maneras inimaginables, sin concentrarse en el objeto reciente y final, más bien en el proceso entero de desarrollo.

Esta historia es -en muchos sentidos- como el proceso de maduración que sufrimos como personas, aplicado a la esencia de un lugar y su crecimiento. En el caso de las ciudades, es muy complicado ser conscientes de su transformación, porque ésta se materializa en el transcurso de dos o más generaciones. Algo similar nos ocurre como seres humanos. Sólo cuando nos detenemos a reflexionar y comparar las distintas fases de nuestra vida, es cuando comprendemos la esencia de nuestro cambio.

Esta idea se transformó en la técnica literaria que me permitió materializar la historia. Sólo cuando nos centramos en eventos específicos en nuestra existencia, y analizamos su desarrollo, peso y consecuencias en nuestra propia vida, es que podemos identificar lo que ha cambiado en nosotros, y a qué se debe.

La idea de la elección de tres hechos históricos/tres fases en la vida del personaje rector/tres expresiones convertidas en garzas que aparecen paulatinamente fue casi un desarrollo que se dio de manera natural una vez comprendida la esencia que se deseaba reflejar en el relato. Es una metamorfosis histórica en un sentido amplio -la transformación urbana de la ciudad-. Yo deseaba, antes que nada, ligar esa transformación a la vida de los personajes. Esto requirió responder en mis adentros una pregunta fundamental: ¿por qué no he abandonado esta ciudad, si en muchos aspectos no es lo que en el fondo deseo? La respuesta se encuentra a lo largo -y sobre todo en la parte última del relato- de la historia. Fue una gratificante, a la vez que extraña, introspección de índole individual.

 

La idea de las garzas [para el tinte semi-fantástico del relato] y la liga directa con la universidad de la ciudad surge del contacto personal que yo mismo guardo con la institución, que ha fungido como parte medular de la historia de la población.

El escenario que sirve de fondo para la parte final de la historia, está inspirado en el crecimiento urbano de Pachuca. El resto de los escenarios narrativos, son fragmentos citadinos reales presentes en el sitio.

La nota al pie de la anécdota

 

El tinte mágico y sobrenatural llegó después, al echar mano de todo aquello que como hombres de cultura rica en mitos y leyendas, nos caracteriza. Al final -me gusta pensar en eso- no es sólo los aspectos externos y urbanos, o los personales únicamente los que definen nuestra existencia.

Por último, perfilé y detallé el relato con esos saltos temporales que comienzan a ser una constante en mis escritos, en donde voy y vengo a lo largo y ancho del presente/pasado, en aras de hallar algo que se encuentra perdido al iniciar la historia, pero que sin duda depende de cada lector, identificar al término del texto.

 

La ciudad que ha sido nuestra elección para vivir nuestra vida, guarda mucho de nosotros mismos. Tanto, que dentro de ese cúmulo de experiencias y sensaciones, habrá cosas que ni siquiera nosotros mismos sabemos que existen…

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Capítulo VII

San Andrés Daboxtha

San Andrés fue una experiencia única e inigualable. De esto se encargó José Luis Hilario, un alumno, tutorado y amigo mío que preparó cuidadosamente cada detalle de mi visita a su lugar de origen.

Hoy en día, aún bromeo con él diciéndole que nunca regresaré a ese sitio. Hasta la edición y publicación de esta nota, no había regresado. Pero sé que algún día lo haré. Será un honor hacerlo.

 

La travesía fue una de las más largas -y tortuosas- que recuerdo. José Luis mintió astutamente en torno al tiempo que nos tomaría llegar a su pueblo. Él, de antemano sabía acerca de mi aversión por los viajes largos. Tengo tanto que agradecerle. Vino desde San Andrés a Pachuca, sólo para acompañarme hasta su pueblo querido.

 

Durante la larga travesía, José Luis hablaba amenamente en torno a detalles de su pueblo, de su gente. Me explicó pacientemente todo cuanto yo deseaba saber. Me describió y me dio detalles históricos de los sitios que pasamos para llegar a Ixmiquilpan, lugar de paso obligado para viajar a San Andrés. Gracias a su charla y compañía, el viaje fue uno de los más amenos que recuerdo.

 

Es irónico observar cómo el paso del tiempo se detiene paulatinamente mientras atraviesas ese velo, ese límite entre lo urbano y lo rural. Literalmente miras cómo el tiempo transcurre en cámara lenta delante de tus ojos.

La historia escrita como texto final del libro se definió muchísimo después de la visita a San Andrés. Fue una de las últimas historias que escribí.

Ese día recuerdo que me dejé llevar por la travesía guiada por José Luis.

El clima, la tranquilidad del pueblo. La belleza de la naturaleza.

Y la grata compañía de José Luis. Fueron las piezas completas del rompecabezas.

Una vez en el pueblo, José Luis me llevó a conocer el trasfondo constructivo del pueblo. Cómo se vive y de qué materiales se construyen las casas de ese lugar. Hablamos de las costumbres de la gente y del sueño -y necesidad- recurrente de las personas: el viaje al otro lado. El pueblo sobrevive económicamente gracias a este hecho. Es algo tan cotidiano como lo es para nosotros estudiar, en las ciudades.

Le pregunté a José Luis por qué él mismo no había decidido viajar a Estados Unidos. Su respuesta atravesó mi corazón. Su cariño por su tierra era superior a cualquier otra cosa. Estudiando una carrera, él sería capaz de emprender algún día un cambio de fondo para ese, su pueblo, su San Andrés.

Había encontrado la esencia del personaje que representaría esa historia.

José Luis y su familia fueron el motor que generó la historia de San Andrés. Nunca había mirado un lugar desde un punto de vista tan honesto, realista y potencial en toda mi vida. La invitación y la compañía de José Luis cambió mis esquemas en muchos aspectos.

La nota al pie de la anécdota

 

El resto se dio de manera fluida. Yo viajé a San Andrés por invitación de José Luis. Me quería como padrino de su hermana, que concluía sus estudios de secundaria.

Durante la ceremonia de graduación en la escuela del pueblo, la charla con la familia de José Luis, una sesión de increíbles fotografías que después le obsequié a mi apadrinada como muestra de mi cariño y agradecimiento, es que surgió la historia inspirada en este pueblo.

 

La idea de la familia tuvo su génesis en los lazos familiares sólidos y arraigados de la gente de San Andrés. La figura femenina protagonista fue, desde luego, la presencia de José Luis y su hermana, quienes compartieron conmigo la hermosa idiosincrasia y la experiencia de vivir en un sitio como éste. El resto surgió como complemento.

Fue la primera vez que conocí a Germaín Cabañas, en gran parte responsable de la historia de la Ex–Hacienda de la Florida.

Afortunados sucesos viví en esa visita a San Andrés aquel día.

 

José Luis y Germaín, amigos entrañables que comparten el respeto y cariño por sus lugares de origen. Espíritu que me obsequiaron durante ésta y otras visitas a la región. Se dice que en las ciudades se tienen muchas cosas... cosas que no tienen importancia comparadas con algunos de los aspectos que conocí en San Andrés Daboxtha.

La nota al pie de la anécdota

 

Es aquí que debo agregar que no valoramos lo que, como personas, tenemos delante de nosotros. José Luis me dijo que, como pueblo, carecían de muchas cosas, pero eso nunca representaba un impedimento para ellos. Yo aprendí una lección valiosa. Ese pueblo me hablaba de todo, menos de carencia o pobreza. San Andrés es rico en muchísimos aspectos, pero, sobre todo, en el ámbito cultural.

La dualidad nuevamente embargó mi mente, cuando contrasté esa riqueza con la necesidad de abandonar el pueblo y viajar al otro lado.

Al final, para mí, la esencia que ganó esa reta fue el cariño y la presencia del pueblo, ante todo. Ese fue el espíritu que, meses después, movería el hilo conductor de la historia que escribiría para 12 campanadas

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Capítulo VI

Taxco

Taxco fue una ciudad que imaginé desde que tenía dieciséis años.

Es uno de esos lugares que vinieron a mi memoria un día, de no sé qué sitio o fuente, y se quedó a morar ahí, creciendo en un ambiente imaginario repleto de ideas, fantasías, ambientes, que miré en algún sitio, pero que terminaron de cobrar vida propia dentro de mi cabeza.

La primera historia -guión de una serie de novelas que han quedado inconclusas y que espero algún día concluir- que escribí, tuvo como escenario este pintoresco pueblo.

 

Cuando al fin decidí visitarlo, sabía que este viaje cambiaría muchas cosas en mi vida, pero, sobre todo, esa visión imaginada de un hermoso sitio que creció dentro de mí durante tantos años, producto de la memoria colectiva y personal.

 

Desde que pisé el pueblo de Taxco, supe que era un sitio mágico, de fuerte tradición católica. Lo primero que llamó mi atención fue la morfología urbana del lugar. Sus calles escarpadas. Sus casas, atrapadas en algún lugar de un lejano tiempo pasado. Un pueblo repleto de costumbres.

Las personas que moran en Taxco son amables y cálidas. Cerca de la iglesia central hallé a una mujer que de inmediato se acercó a mí y me habló del pueblo, de su gente, de qué lugares visitar y el significado de ese sitio para ellos, como habitantes del pueblo.

Quedé maravillado de su amabilidad. Me recomendó dónde comer, a qué hora salir a caminar para captar la belleza del amanecer, y compartió conmigo un poco del tinte histórico que utilicé de base para la escenografía del texto final.

La nota al pie de la anécdota

 

Todo el pueblo en su totalidad me cautivó. Es el sitio donde me sentí sereno, tranquilo. En una armonía que sólo una vez más experimenté.

Todo el tiempo que pasé ahí, lo hice haciendo una sola cosa: caminar.

Es tal vez la esencia que dio lugar a la historia que relato, inspirada en este pueblo.

El personaje central, y su viaje de autodescubrimiento, se deja sentir por medio de un perpetuo movimiento. Así es como viví a Taxco.

Caminar por sus calles, mirar con detenimiento el atardecer, y respirar en medio de las avenidas y veredas la frescura y belleza de la noche, es indescriptible. Las luces de la ciudad. Las vistas. Taxco me deslumbró por sus hermosas vistas. Sus plazas altas, sus remates visuales, la fragmentada ciudad que al final -observada desde las alturas- se integra como un solo ente vivo, lleno de color, repleto de alegría y movimiento.

 

Todos los lugares descritos en la historia en realidad existen. Es uno de los relatos donde la realidad lo ocupa todo, donde lo cotidiano y lo presencial hacen posible ese escenario en donde los personajes se desenvuelven.

Es una historia irónica de igual manera. Cómo lo describo en la intro del libro, algunos de los relatos poseen un fuerte sentido dual. Este relato en particular lo tiene. Mientras que el escenario destila realidad por cada letra, la historia de los personajes se materializa en medio de un ambiente mágico y sublime.

La descripción de los interiores y la fachada de la Iglesia de Santa Prisca y San Sebastían son una prueba de ellos. La Arquitectura es real. Tangible. Lo que no lo es, es la fe que despierta en nosotros, en el interior de nuestras almas.

 

El pueblo, su configuración… sus elementos, de alguna manera representan una presencia divina a la que rara vez somos susceptibles.

Taxco llenó mi alma con su calidez espiritual. En todo momento, con cada panorámica, en cada esquina, con cada paso dado, en cada huella dejada…

En una de las dinámicas donde se trabaja el contenido del libro con los estudiantes de Arquitectura, uno de mis alumnos dijo que dentro de los relatos existían varias facetas, varios personajes, y que uno de ellos era, sin duda alguna, el alma de la Arquitectura.

En dos relatos ésta se manifiesta de manera presencial, como si fuera un personaje más hablando dentro del texto: en la historia de La Ex–Hacienda de la Florida, y en la historia de Taxco.

 

Éste fue el encuadre visual que dio pie al final de la historia, donde el joven descubre la identidad verdadera del anciano al que ha acompañado durante días.

El sitio se encuentra a los pies del Cristo en lo alto del pueblo, y al caminar debajo de las sombras refrescantes de los árboles, vino a mí aquella sensación de que el final de algo estaba escrito ahí, debajo de esos árboles, en donde, además, encontré exactamente delante, una de las más hermosas y completas vistas del pueblo.

La sensación que se experimenta en este sitio es increíble.

 Ahí, pude reflexionar en torno a la esencia del viaje que me llevó a conocer y romper -al fin- esa imagen de un pueblo lejano llamado Taxco.

La nota al pie de la anécdota

 

Esta ciudad me hizo recordar que las manos humanas construyen cosas hermosas, que son hermosas no por su apariencia en sí -moraleja que el anciano desea enseñar al joven de la historia- sino por el contenido inmerso y que inspira dicha construcción.

 

Así es la Arquitectura.

Toma su valor de aquellos contenidos que inspira. La forma es sólo el resultado de esa esencia humana.

 

Taxco es hermoso en ambos sentidos. Física y espiritualmente.

 

Uno de mis alumnos me preguntó si el joven de la historia era yo.

¿En serio le contestó de esa manera cuando el anciano se refirió a usted?.

 

Risas.

Todos somos ese joven de la historia.

Y Taxco es ese anciano que nos guía a través del pueblo, de una manera fluida y por demás hermosa.

Durante toda la travesía y estancia en Taxco, sentí una presencia espiritual. Tal vez lo único que hice -una simple herramienta literaria- fue transformarla en una presencia humana.

Si es de esta manera, Taxco es anciano, sabio, bello, paciente, pero sobre todas las cosas, la mismísima presencia de Dios sobre esta Tierra.

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Capítulo V

La Ex-Hacienda de Santa Rosa de Lima

La Florida fue una experiencia completamente circunstancial en la concepción de este libro.

El viaje al sitio fue una oportunidad que se dio de repente, y que no pensé jamás que derivara en una historia como en la que al final se convirtió.

Debo confesar que desde inicios del año 2OO9, hubo algo que transformó mi vida por completo. Quizá yo mismo esperaba un ciclo diferente para dicho año, pero las cosas se tornaron distintas a lo anhelado.

Hasta ahora, mientras me encuentro escribiendo este especie de diario pos-viaje, es que tomo consciencia de que los doce meses que integraron 2OO9 representaron una lucha interna fuerte y desgastante de muchos aspectos.

Considero que 12 campanadas... es un conjunto de historias que me ayudaron a definir, a comprender, a hacer frente a ese cúmulo de sentimientos, de miedo, de dudas y de incertidumbre que se tuvieron que sufrir antes de hallar el verdadero objetivo de la travesía.

Muchas personas con las que hablé a lo largo del año compartieron conmigo ideas y palabras clave. No lo entendí hasta mucho tiempo después.

Todas concordaron en algo…

Durante este año perdí algo… Una parte de mí murió en algún punto del camino, y la mirada, la alegría, el buen humor de un hombre despreocupado, se convirtió en la sombra de un ser oscuro y melancólico.

 

La visita a La Florida fue un día que en muchos aspectos me gustaría borrar para siempre de mi vida.

Fue uno de esos días donde perdí por completo las ganas de existir y de continuar luchando.

 

A lo largo de la introducción del libro de 12 campanadas hacen un reloj existe un segmento de agradecimientos, en donde menciono a una serie de personas a las que tengo que agradecer por ser las responsables de la serie de viajes que definieron el contenido del libro.

Ahora -irónicamente- se me visualiza como el arquitecto que gusta de viajar a pueblos y ciudades de su país…

Ya lo he comentado en muchas ocasiones…

No me agradan las travesías.

Las experiencias en ellas es lo que cambia mi vida.

He aprendido que es así. Para mí.

Es el justo equilibrio que me hace apreciar lo que la vida tiene deparado para mi persona.

 

El día en la Hacienda fue surreal.

Fue un tiempo que decidí sufrir solo por varios motivos.

Por primera vez, y no siendo consciente del todo de esta situación, experimenté el espacio como nunca antes lo había hecho. Por vez primera sentí en cuerpo propio la fragilidad del Tiempo. Fui capaz -aunque nunca supe cómo pude lograrlo- de quebrar la línea temporal que me rodeaba, y, por medio de la experiencia espacial, trasladarme en cuerpo y mente a sitios y vivencias que jamás había imaginado siquiera.

 

La presencia de Alan realmente aconteció en  mi vida, y no me refiero a él como la aparición de un fantasma o ente similar, sino que en verdad conocí a Alan.

Ese niño se conectó conmigo de una manera que no podré explicar nunca, por más que lo intente. Fue una conexión diferente a la que se dio con Armando Soto.

Alan fue una presencia que me inspiró. Que me enseñó lecciones de vida en segundos.

En verdad él era una parte de la Hacienda. Una que nadie más pudo mostrarme más que él.

Las horas que pasé con él fueron una clase de viaje sin retorno hacia una parte del limbo de la que a veces siento que jamás volví.

Alan es la esencia de un niño que en verdad conocí aquel lejano día en la Ex-Hacienda de la Florida.

Irónicamente, en cada espacio que visitaba, ese niño estaba ahí, callado, solo, viviendo cada sitio en absoluto silencio.

Jugamos un rato -el más alegre que recuerdo dentro de la Hacienda- y me mostró al propio niño que aún vivía dentro de mí, al fondo y haciendo un lado a la frustración y al dolor del adulto que me sofocaban aquel día en particular.

 

La nota al pie de la anécdota

 

La Hacienda se presentó ante mí como lo que en realidad es… lo que fue… y lo que siempre será…

Una madre que jamás abandona a su hijo.

Alan me lo mostró nítidamente.

Ese cariño, ese manto maternal lo viví en carne propia, mientras mi ser y mis ganas de vivir se desmoronaban de repente.

Pude respirar esa historia.

Tocar su clara moraleja.

 

Al final, esta historia es una prueba de vida, de dolor, de sufrimiento al comprender nuestra verdadera misión en esta Tierra.

 

Mientras bosquejaba este relato… algunas lágrimas rodaron limpiamente a lo largo de mis mejillas.

Supe… comprendí… que nunca más vería a Alan.

Y no me refiero a volverlo a hallar físicamente.

Sino que en verdad, su esencia, su mirada, su lección de vida, fue un acontecimiento de grandes proporciones en mi vida… que jamás volvería a encontrar, por la distancia temporal, cuántica, emocional, que aconteció en ese instante, y que ahora nos separa para siempre.

 

 Esta historia fue el único testimonio que me queda de semejante experiencia…

 

La visita a la Ex-Hacienda de Santa Rosa de Lima fue una invitación de un alumno de nombre Germaín Cabañas, quien nos hizo extensiva la propia invitación del arquitecto Felipe Zenil Valencia, a quien agradezco la amabilidad que mostró en todo momento y el amplio conocimiento y experiencia  compartidos durante nuestra estancia en el sitio.

 

La nota al pie de la anécdota

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Capítulo IV

Los pueblos mineros de México

La historia está dedicada a ningún lugar en especial. Fue uno de los últimos textos que se escribieron para esta especie de antología. La idea surgió durante la presentación de Viento, Letras…, donde Alma Gloria Islas invitó a un hombre que me mostró muchas cosas durante esa noche en especial. Armando Soto es un personaje que cambió mi visión del mundo literario y humano que guardaba hasta la noche de la presentación oficial de mi Ópera Prima.

 

Esa noche, él me dio un brillante obsequio que no esperaba… Una de sus novelas, llamada Operación Cacique. Me sorprendió mucho la sencillez presente en tan larga y firme experiencia de un hombre valioso en muchísimos sentidos. Hacia el final de la presentación y de la noche en Abasolo, Armando Soto me hizo vivir un momento complejo de explicar, pero que me dejó minutos reconfortantes y una lección para el resto de mi vida.

 

Le debo mucho, a él y a Alma, así que la historia de Ramiro está dedicada a esta serie de circunstancias inexplicables que se suscitaron durante la noche de Viento… y los días que siguieron, cuando comencé a adentrarme en el libro que Armando me obsequió.

 

Alma me preguntó durante la presentación de 12 campanadas… dónde estaban presente ella y Armando en la historia de Ramiro.

Sonreí.

En el texto, todas personas a las que están dedicadas las historias, no aparecen físicamente en los relatos, salvo en una excepción especial -de la que se hablará en su momento-. Es uno de los logros inconscientes del libro. Fue una técnica nueva para mí, de la que no tuve plena consciencia hasta mucho tiempo después de que el libro fue terminado.

 

 

La presencia de Armando Soto fue una experiencia inolvidable en mi vida. Es difícil de explicar, pero ambos vivimos lo que se conoce como una sincronía temporal, donde los dos nos vimos reflejados en nuestras respectivas líneas de tiempo, en épocas que hemos vivido, vivimos en el presente de distinta manera y que viviremos en el futuro, sin saberlo aún.

Este peculiar cruce de líneas de tiempo fue lo que inspiró

-inconscientemente- la técnica narrativa que define la historia de Ramiro.

De lo que estoy seguro, es de que jamás podré escribir esa sinfonía que me hará falta para ser un hombre pleno...

La nota al pie de la anécdota

 

Es complicado descifrar lo que sucedió en esta historia.

Define a la perfección lo que en realidad pasó: una serie de eventos afortunados que nunca pude explicar por más que intenté analizarlos a fondo, pero que al final, me dieron una lección y una satisfacción que -al igual que Ramiro- me superó por completo…

 

Los comentarios que he recibido en torno a esta historia en particular, la definen como un conjunto de circunstancias históricas atemporales y narrativas, que llevan al lector a conocer a profundidad el corazón de un simple personaje

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Capítulo III

Real del Monte

 

La historia de Las montañas son más que niebla y frío fue un texto que trabajé en un lapso de descanso en medio del proceso de creación de lo que sería Viento, Letras & Delirio.

En ese momento no estaba consciente de que escribía una antología de cuentos, o que se trataba de un libro que publicaría como Ópera Prima. En aquel tiempo mis compañeros y yo cursábamos el Taller de Creación Literaria que la Dra. María Elena Hernández Álvarez había preparado con tanto entusiasmo para nosotros.

 

Las montañas son… fue una especie de accidente durante el re-inicio del proceso literario durante los estudios de maestría.

Dicho taller estaba enfocado a la aplicación de la mini-ficción a la comprensión arquitectónica, pero durante los primeros meses, la creación de textos -por lo menos en mi caso- divagó en sobremanera, hasta la concepción del relato que dio origen a Las montañas son…

 

Durante el lapso de mi vida, entre los dieciocho y veintiún años, y mientras me encontraba estudiando los últimos semestres de mi carrera, tuve un periodo de creación literaria relativamente largo y fructífero, donde se concibieron una serie de relatos de ficción materializados en formato de novela, que comenzaron a ser el primer acercamiento realizado a la arquitectura por medio de la literatura.

 

Real del Monte lo viví en cruzada con los amigos cercanos de maestría.

Aquel día visitamos la localidad y comimos en El Campo Feliz, donde nos atiborramos de pastel de cinco chocolates. Juan Manuel es fanático de los postres, por no decir que posee el más fino paladar para valorar estas delicias.

Fue un día especial y ameno. Mucho.

Recuerdo que con esta memoria, fue que comenzó la esencia de escribir las vivencias de un arquitecto, llamadas daily, hace ya bastante tiempo…

La nota al pie de la anécdota

 

Con este primer relato recién hecho durante la maestría, e inspirado en Real del Monte, me alejaba de lo hecho hasta el momento, y conseguía un texto que no se acercaba en nada a lo que trabajaba en ese momento y que se convertiría posteriormente en Viento, Letras & Delirio. Había creado algo diferente.

 

El texto se mantuvo oculto durante mucho tiempo, inclusive lo dí a leer a la Dra. María Elena Hernández en un correo, donde le desdibujaba la idea de que se convirtiera en el primer texto de un nuevo libro que aún no tenía concebido del todo. Ni yo mismo sabía de qué trataría este volumen, fue una especie de labor experimental que no obtuvo reconocimiento ni comentarios en su momento.

 

Tuvo que pasar mucho tiempo y demasiadas cosas para retomar de nueva cuenta la idea que definiría el concepto de 12 campanadas…

 

El texto dedicado a Real del Monte, tiene un primer borrador, ejercicio del Taller de Humanidades de la maestría estudiada, donde se aplica el punto de vista de Hartman en torno a un espacio arquitectónico profundo y evocador.

Para mí, la localidad de Real del Monte fue el único espacio que cumplía los parámetros marcados por el ejercicio, e inmediatamente se generó un relato profundo y poético en torno a él.

 

Pero dicho texto no fue suficiente, ya que dentro de mí existía la inquietud de relatar este espacio por medio de una persona por completo diferente a Hartman o su punto de vista, y deseaba hacerlo desde una perspectiva que no fuera la mía.

Fue de esta manera que surgió la idea de relatarlo por medio de una tercera persona, por completo ajena a mí, y que no fuera un hombre. Con la técnica narrativa en tercera persona singular, y planteando al narrador con género femenino fue como pude lograr desprenderme por completo del relato, y cumplir con el objetivo de vivir y expresar el espacio desde una perspectiva desconocida, completamente nueva para mí hasta ese momento.

 

Visité la localidad de Real del Monte con muchos amigos cercanos.

Ha sido un espacio cíclico en mi vida, que ha ido y regresado tantas veces.

 

Cuando lo visité con Luis, habíamos establecido una sólida relación de amistad, que perdura hasta el día de hoy.

En la visita en su compañía, me adentré a espacios y calles que no había transitado antes. Su charla y su peculiar manera de vivir los espacios, me reconfortó en aquella tarde.

Luis tiene una plática amena -y lo he tratado de explicar en oportunidades anteriores- donde se conjugan las palabras con la vivencia espacial.

 

Es algo complejo para ser descrito, pero no he conocido a otra persona que me haga experimentar la vivencia de espacios de una forma tan clara y nítida como él.

La nota al pie de la anécdota

 

En este texto se muestra -de primera instancia- la esencia de lo que sería 12 campanadas… Por primera vez se mezcla la Arquitectura, la Historia, la Cultura y la Ficción, ya como un género amplio y definido, que me permitía explorar las circunstancias desde un punto de vista realista y objetivo.

 

Sin pensarlo o ser consciente de ello, había logrado la primera piedra de lo que sería, años después, mi segunda obra literaria.

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Capítulo II

Oaxaca

 

Las contradicciones alimentan las ciudades fue el primer texto que dio pie a 12 campanadas… Decidí colocarlo como primer single del libro porque fue este texto el que literalmente comenzó lo que sería el concepto y contenido de este segundo proyecto literario.

 

A Oaxaca la visité por vez primera cuando aún estudiaba la carrera de Arquitectura. Fue el primer viaje que realicé siendo semi consciente de lo que la arquitectura representaba en la vida de los hombres.

Fue un viaje de placer para mis compañeros de travesía, pero para mí representaba una gran oportunidad, la de conocer una ciudad de la que había escuchado tanto en boca de muchas personas [además de viajar solo al fin, después de mucho tiempo y lejos de las presiones familiares].

Imagino que me enamoré de Oaxaca aún antes de conocerla. Al acercarse el día de partida, las expectativas crecían de igual manera. Al final, dichas expectativas fueron rebasadas en sobremanera por todo lo que vi y conocí durante los días que duró esta primera visita.

 

Esa primera impresión fue profunda y por demás increíble para mí. Nunca antes había transitado una ciudad a la manera en como lo hice en Oaxaca.

Un elemento extra se agregó en aquella travesía: un grupo nuevo de amigos me acompañaba. O más bien, yo los acompañaba a ellos.

En ese tiempo estos amigos nuevos me mostraron muchas cosas, enseñanzas, conocimiento y vivencias que ahora recuerdo al pie de la letra, con una claridad que pocas veces se olvida, producto de momentos inolvidables en una ciudad hermosa y majestuosa como lo es Oaxaca.

 

Lo que más me impresionó, sin duda, fue la caminata nocturna a través de la ciudad. Esa vivencia marcó mi vida para siempre, por la calidad de la experiencia. La calidez de la gente, las calles repletas de dinamismo y movimiento; la suave brisa de la noche, las luces flotando e inundando todo el ambiente.

Algo coronó de manera sublime aquella caminata.

La fachada de la Iglesia de Santo Domingo, bañada por la luz agonizante del sol que moría en el horizonte, mientras los rayos de la luna comenzaban a invadir y dominar el ambiente nocturno, en un claroscuro dual, reflejo de la lucha interminable entre la noche y el día.

Es uno de los más bellos eventos de los que he sido testigo en mi vida.

 

La visita a Monte Albán, el Árbol del Tule, el centro de la ciudad, el mercado y uno de los restaurantes locales, con comida más que regional, fueron experiencias que terminaron de cerrar y definir mi cariño por esta tierra.

 

El grupo de amigos junto al que compartí la experiencia de conocer Oaxaca por primera vez. Recuerdo que junto a ellos me sentí un poco fuera de lugar. Todos ellos poseían talentos magníficos que me mostraron a lo largo de este viaje.

Todos salvo yo...

A pesar de las carencias de talento de mi parte, fueron la mejor compañía que pude tener, y me mostraron su cariño en todo momento.

En la foto todos de traje menos uno...

-nadie me avisó que debíamos usar ropa formal-. Este sentimiento de aislamiento fue el que inspiró el sentir del personaje principal del relato al llegar por vez primera a una ciudad desconocida.

La nota al pie de la anécdota

 

Durante mi primera visita a Oaxaca, conté con el cariño y la atención de gente querida, amable y solidaria. Gracias a ellos, quienes me dieron albergue y me recibieron en sus hogares con una suculenta cena durante todas las noches que pasé en su bella ciudad.

 

La segunda visita a la ciudad, muchos años después, fue el pretexto perfecto que dio origen al texto que aparece en 12 campanadas…

A pesar de viajar y visitar Oaxaca sólo por un par de días, pude recorrer con más calma la ciudad, y poner especial atención en detalles que antes no fui capaz de percibir [por mi inmadurez de estudiante y porque viajábamos muy rápido, además de que mis amigos y yo pasamos buena parte del tiempo divirtiéndonos más que analizando la arquitectura].

 

Gracias a esta segunda visita pude concretar la historia que se cuenta en el libro, inspirada en Oaxaca, y que posee todas aquellas vivencias que hicieron que esta ciudad fuera una de las más hermosas que he visitado en mi vida.

 

Mi amigo, Ezequiel -a quien se dedica la historia de Las contradicciones alimentan…- me acompañó en estas primeras dos visitas a la ciudad de Oaxaca. Como anécdota, el número de la habitación que el joven de la historia debe asear antes del fin del texto, es el mismo número de la habitación donde él, Martín

-un amigo que vivió las pesadillas de los viajes nocturnos junto con nosotros a la ciudad de México mientras estudiábamos la maestría- y yo, nos hospedamos durante el par de días que pasamos en la ciudad.

Martín aprovechó para hacerse de algunos recuerdos locales, con los cuales encontró creativas maneras de torturarnos a todos.

La nota al pie de la anécdota

 

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Capítulo I-A

El Ex-Convento de Actopan

El libro toca como tema principal 12 sitios de nuestro país, que son doce lugares que tuve la oportunidad de visitar en el lapso de los últimos diez años.

 

En realidad, en el libro existen catorce lugares, doce de ellos relatados en historias concebidas gracias a la ficción-histórica. Los dos lugares restantes, uno para el inicio del libro, y otro para el final, fueron un plus que se dio por necesidad, pero de forma natural.

 

El primer lugar que se menciona es Actopan, y el Ex-Convento de la Ciudad.

 

Desde hace mucho tiempo conocía este espacio. Lo miré por vez primera cuando aún estudiaba la licenciatura, y debo decir que siempre fue para mí un espacio magno, monumental, especial en varios sentidos dentro de mi vida.

 

Años después quise visitarlo una vez más. En ese tiempo estudiaba la Maestría, y sabía que todo lo que me rodeaba en ese tiempo me haría descubrir este espacio con otros ojos.

 

Justo cuando llegué a Actopan por segunda vez, en la Maestría me habían enrolado en un Taller de Creación Literaria, que me ponía la cabeza al revés, provocándome jaquecas por doquier.

 

El relato que abre 12 campanadas… está dedicado al Convento de Actopan, a esos espacios hermosos y atemporales, donde lo humano tiene lugar, y donde el Tiempo mismo ha quedado atrapado ahí para no escapar jamás, en una serie de sensaciones que tocan el corazón y el alma enteros.

 

El relato del Convento estaba contemplado originalmente para la antología de Viento, Letras & Delirio. En el dummy original el texto no se incluyó por un error mío. Cuando quise involucrarlo, antes de la publicación del tiraje completo, era demasiado tarde. Por razones de edición y de manufactura final del tiraje, el texto tuvo que ser eliminado por completo, así que me resigné, triste, y lo guardé en el baúl de los recuerdos.

 

No fue el primer relato original del libro de 12 campanadas… Los relatos que lo integran, no están ordenados por cronología o considerando el que fue escrito primero. La historia inspirada en el Convento fue -si somos estrictos- el tercer relato en materializarse. En ese momento, el concepto de 12 campanadas… aún era algo lejano, y en mi mente ni siquiera aparecía como un proyecto consciente.

 

El primer borrador del texto del Convento era por completo diferente al texto que aparece finalmente. En el original, el peso y la descripción histórica eran lo que dominaba al relato, y los personajes no poseían tanto movimiento. La idea, sin embargo, era la misma: contar desde diferentes perspectivas cronológicas el desarrollo y crecimiento del edificio, por medio de cuatro escenas diferentes y distantes en el tiempo.

 

Finalmente decidí reestructurar el texto, aunque recibí excelentes críticas de la Dra. María Elena Hernández Álvarez, mi tutora de tesis en la Maestría. Al resto de mis colegas y amigos, les pareció que la descripción detallada y profunda del espacio y los hechos históricos quitaban fuerza al relato.

En este texto primero, una mujer india miraba a su esposo morir dentro de los muros del Convento. Su dolor y su frustración se dejaban sentir mientras ella lloraba y gritaba frente a las puertas del edificio, que permanecía cerrado, impidiéndosele a ella el paso.

 

Después de un lapso de tiempo, y de dejar madurar la idea, el texto fnal llegó a mí semanas después.

 

Decidí colocarlo como primer single de 12 campanadas… porque el relato trata de un recorrido a través del tiempo, que es la esencia dentro de la cuál concebí al libro completo.

 

Como dato curioso, recuerdo que este texto lo leí en público por primera vez en una presentación donde nos visitaban editores europeos.

 

Cuando leí la parte del niño indio que busca vengarse de los niños españoles, caí en cuenta que uno de los editores era español, así que el relato no le hizo ninguna gracia...

 

Nunca olvidaré su rostro y la vergüenza que experimenté en ese momento

 

En la segunda visita al Convento, me acompañaba una amiga de la Ciudad de México, de nombre Claudia, quien comentó que hacía tiempo no miraba un edificio tan hermoso e impresionante. Después de la visita, terminamos en el mercado de la ciudad comiendo kilos de barbacoa [¿quién dice que visitar edificios de carácter histórico no da hambre? ¡Menos mal que no visitamos el Museo de Louvre!].

La nota al pie de la anécdota

 

Cuando recorrí los espacios del Convento aquella segunda vez, los espacios de las celdas y los pasillos de la planta alta del edificio imprimieron tanta fuerza y me golpearon con una serie tal de sensaciones encontradas, que cuando reestructuré el texto, lo primero que quise expresar fue ese cúmulo de experiencias opuestas y violentas. En el texto final incluido en 12 campanadas… esa vivencia se transformó en un incendio, sufrido por un hombre ciego de nacimiento.

 

El incendio realmente sucedió en la historia del inmueble.

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Capítulo I

Las ideas generales

 

La idea de este libro surgió hace poco más de siete años. Creo que fueron las circunstancias más extrañas que jamás pude haber imaginado las que terminaron de desdibujar lo que sería 12 campanadas…

 

Como explica la introducción al libro [no diré nada comprometedor ni revelador, para obligarlos a leerlo, ha, ha] el primer relato y la premisa del contenido y el concepto del libro vino a mí en aquel lejano viaje a la ciudad de Oaxaca. Ese solo relato forma parte de toda una nota, la cuál será seguramente la segunda de este diario de viaje.

 

La visita al Ex-Convento de Actopan fue el detonante que dio pie al inicio de la jornada, larga y agotadora, que daría forma final al libro.

 

Como todos sabrán [la cosa más irónica del mundo], odio los viajes. Es decir, las travesías interminables [para mí dos horas en carretera es ya sinónimo de interminable]. Como imaginarán… la creación de este libro no fue nada sencillo, considerando que su esencia era el de una travesía sin fin.

 

Mmmmmm…

 

¿Qué fue lo que sucedió entonces?

 

Bueno, la compañía de ciertos amigos que estuvieron conmigo en una parte clave del camino…

 

 

 

Gracias a Paty, Daniel, Juan Manuel, y a mi hermano Pirata. Esos viajes, esas tardes, esas visitas.

Gracias a ellas pude redefinir la dirección a seguir.

Es así que las circunstancias terminan de anclarse y embonar unas con otras, en un proyecto que tardó tanto en materializarse.

Hay tanto qué decir…

Ya habrá tiempo para irlo compartiendo paulatinamente.

Sólo me resta decirles a todos…

 

Niños, no intenten nada de lo que verán en estas crónicas en sus casas.   

 

En plena sesión de fotos de Juan Manuel. Mientras subíamos por la estructura de roca, se dio vuelo obteniendo las mejores fotografías que he visto en toda mi vida.

 

En estas dos...

I. Excelente toma Juan Manuel. Bonita rocota. El único detalle es que apenas y nos vemos...

¡¿Quiénes son esos del fondo?!.

 

II. Mejor, mucho mejor, amigo [por favor ya deja de presumir el excelente zoom de tu cámara digital, frente al cacharro con el que yo saco mis fotografías].

La nota al pie de la anécdota

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a r c h i t e c t i a k